196.-Nuestra verdadera fuerza está en seguir a Jesús: El don del temor de Dios
“El don del temor de Dios, del cual
hablamos hoy,
concluye la serie de los siete dones
del Espíritu Santo.
No significa tener miedo de Dios:
sabemos bien que Dios
es Padre, y que nos ama y quiere
nuestra salvación, y
siempre perdona, siempre; por lo
cual no hay motivo para
tener miedo de Él. El temor de Dios,
en cambio, es el don
del Espíritu que nos recuerda cuán
pequeños somos ante
Dios y su amor, y que nuestro bien
está en abandonarnos
con humildad, con respeto y
confianza en sus manos. Esto
es el temor de Dios: el abandono en
la bondad de nuestro
Padre que nos quiere mucho.
Cuando el Espíritu Santo entra en
nuestro corazón,
nos infunde consuelo y paz, y nos
lleva a sentirnos tal
como somos, es decir, pequeños, con
esa actitud —tan
recomendada por Jesús en el
Evangelio— de quien
pone todas sus preocupaciones y sus
expectativas en
Dios y se siente envuelto y
sostenido por su calor y su
protección, precisamente como un
niño con su papá.
Esto hace el Espíritu Santo en
nuestro corazón: nos hace
sentir como niños en los brazos de
nuestro papá. En este
sentido, entonces, comprendemos bien
cómo el temor de
Dios adquiere en nosotros la forma
de la docilidad, del
reconocimiento y de la alabanza,
llenando nuestro corazón
de esperanza. Muchas veces, en
efecto, no logramos
captar el designio de Dios, y nos
damos cuenta de que
no somos capaces de asegurarnos por
nosotros mismos la
felicidad y la vida eterna. Sin
embargo, es precisamente
en la experiencia de nuestros
límites y de nuestra pobreza
donde el Espíritu nos conforta y nos
hace percibir que la
única cosa importante es dejarnos
conducir por Jesús a los
brazos de su Padre.
He aquí por qué tenemos tanta
necesidad de este don
del Espíritu Santo. El temor de Dios
nos hace tomar
conciencia de que todo viene de la
gracia y que nuestra
verdadera fuerza está únicamente en
seguir al Señor Jesús
y en dejar que el Padre pueda derramar
sobre nosotros su
bondad y su misericordia. Abrir el
corazón, para que la
bondad y la misericordia de Dios
vengan a nosotros. Esto
hace el Espíritu Santo con el don
del temor de Dios: abre
los corazones. Corazón abierto a fin
de que el perdón,
la misericordia, la bondad, la
caricia del Padre vengan
a nosotros, porque nosotros somos
hijos infinitamente
amados.
Cuando estamos invadidos por el
temor de Dios,
entonces estamos predispuestos a
seguir al Señor con
humildad, docilidad y obediencia. Esto,
sin embargo,
no con actitud resignada y pasiva,
incluso quejumbrosa,
sino con el estupor y la alegría de
un hijo que se ve
servido y amado por el Padre. El
temor de Dios, por lo
tanto, no hace de nosotros
cristianos tímidos, sumisos,
sino que genera en nosotros valentía
y fuerza. Es un don
que hace de nosotros cristianos
convencidos, entusiastas,
que no permanecen sometidos al Señor
por miedo, sino
porque son movidos y conquistados
por su amor. Ser
conquistados por el amor de Dios. Y
esto es algo hermoso.
Dejarnos conquistar por este amor de
papá, que nos quiere
mucho, nos ama con todo su corazón.
Pero, atención, porque el don de
Dios, el don del temor
de Dios es también una «alarma» ante
la pertinacia en
el pecado. Cuando una persona vive
en el mal, cuando
blasfema contra Dios, cuando explota
a los demás, cuando
los tiraniza, cuando vive sólo para
el dinero, para la
vanidad, o el poder, o el orgullo,
entonces el santo temor
de Dios nos pone en alerta:
¡atención! Con todo este poder,
con todo este dinero, con todo tu
orgullo, con toda tu
vanidad, no serás feliz. Nadie puede
llevar consigo al más
allá ni el dinero, ni el poder, ni
la vanidad, ni el orgullo.
¡Nada! Sólo podemos llevar el amor
que Dios Padre nos
da, las caricias de Dios, aceptadas
y recibidas por nosotros
con amor. Y podemos llevar lo que
hemos hecho por los
demás. Atención en no poner la
esperanza en el dinero, en
el orgullo, en el poder, en la
vanidad, porque todo esto no
puede prometernos nada bueno.
Pienso, por ejemplo, en
las personas que tienen
responsabilidad sobre otros y se
dejan corromper. ¿Pensáis que una
persona corrupta será
feliz en el más allá? No, todo el
fruto de su corrupción
corrompió su corazón y será difícil
ir al Señor. Pienso en
quienes viven de la trata de
personas y del trabajo esclavo.
¿Pensáis que esta gente que trafica
personas, que explota
a las personas con el trabajo
esclavo tiene en el corazón
el amor de Dios? No, no tienen temor
de Dios y no son
felices. No lo son. Pienso en
quienes fabrican armas para
fomentar las guerras; pero pensad
qué oficio es éste.
Estoy seguro de que si hago ahora la
pregunta: ¿cuántos
de vosotros sois fabricantes de
armas? Ninguno, ninguno.
Estos fabricantes de armas no vienen
a escuchar la Palabra
de Dios. Estos fabrican la muerte,
son mercaderes de
muerte y producen mercancía de
muerte. Que el temor de
Dios les haga comprender que un día
todo acaba y que
deberán rendir cuentas a Dios.
Queridos amigos, el Salmo 34 nos
hace rezar así: «El
afligido invocó al Señor, Él lo
escuchó y lo salvó de sus
angustias. El ángel del Señor acampa
en torno a quienes lo
temen y los protege» (vv. 7-8).
Pidamos al Señor la gracia
de unir nuestra voz a la de los
pobres, para acoger el don
del temor de Dios y poder
reconocernos, juntamente con
ellos, revestidos de la misericordia
y del amor de Dios
que es nuestro Padre, nuestro papá. Que así sea.
Tomado y adaptado de : “Audiencia General, Papa Francisco, 11.junio.2014
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