194.-El Señor nos quiere mucho.: el don de ciencia.(conocimiento)
Hoy quisiera
poner de relieve otro don del Espíritu Santo: el don de ciencia.
Cuando se
habla de ciencia, el pensamiento se dirige inmediatamente a la capacidad
del hombre
de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y descubrir las leyes que
rigen la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, sin
embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don especial, que nos lleva
a captar, a través de la
creación, la
grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada creatura.
Cuando
nuestros ojos son iluminados por el Espíritu, se abren a la contemplación de
Dios, en la belleza de la naturaleza y la grandiosidad del cosmos, y nos llevan
a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él y de su amor.
Todo esto
suscita en nosotros gran estupor y un profundo sentido de gratitud. Es la
sensación que experimentamos también cuando admiramos una obra de arte o
cualquier
maravilla
que es fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: ante todo esto el
Espíritu nos conduce a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a
reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un
signo de su infinito amor por
nosotros.
En el primer
capítulo del Génesis, precisamente al inicio de toda la Biblia, se pone de
relieve que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza
y la bondad de cada cosa. Al término de cada jornada, está escrito: «Y vio Dios
que era bueno» (1, 12.18.21.25): si Dios ve que la creación es una cosa buena,
es algo hermoso, también nosotros debemos asumir esta actitud y ver que la
creación es algo bueno y hermoso. He aquí el don de ciencia que nos hace ver esta
belleza; por lo tanto, alabemos a Dios, démosle gracias por habernos dado tanta
belleza. Y cuando Dios terminó de crear al hombre no dijo «vio que era bueno», sino
que dijo que era «muy bueno» (v. 31). A los ojos de Dios nosotros somos la cosa
más hermosa, más grande, más buena de la creación: incluso los ángeles están
por debajo de nosotros, somos más que los ángeles, como hemos escuchado en el
libro de los Salmos. El Señor nos quiere mucho. Debemos darle gracias por esto.
El don de ciencia nos coloca en profunda
sintonía con el Creador y nos hace participar en la limpidez de su mirada y de
su juicio. Y en esta perspectiva logramos ver en el hombre
y en la
mujer el vértice de la creación, como realización de un designio de amor que
está impreso en cada uno de nosotros y que hace que nos reconozcamos como hermanos
y hermanas.
Todo esto es
motivo de serenidad y de paz, y hace del cristiano un testigo gozoso de Dios,
siguiendo las huellas de san Francisco de Asís y de muchos santos que supieron alabar
y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo,
el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o
equivocadas.
La primera
la constituye el riesgo de considerarnos dueños de la creación. La creación no
es una propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni, mucho
menos, es
una propiedad sólo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un don
maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio
de todos, siempre con gran respeto y gratitud.
La segunda
actitud errónea está representada por la tentación de detenernos en las
creaturas, como si éstas pudiesen dar respuesta a todas nuestras expectativas.
Con el don de ciencia, el Espíritu nos ayuda a no caer
en este error.
Pero
quisiera volver a la primera vía equivocada: disponer de la creación en lugar
de custodiarla. Debemos custodiar la creación porque es un don que el Señor
nos ha dado,
es el regalo de Dios a nosotros; nosotros somos custodios de la creación.
Cuando explotamos la creación, destruimos el signo del amor de Dios. Destruir
la creación
es decir a Dios: «no me gusta». Y esto no es bueno: he aquí el pecado.
El cuidado
de la creación es precisamente la custodia del don de Dios y es decir a Dios:
«Gracias, yo soy el custodio de la creación para hacerla progresar, jamás
para
destruir tu don». Esta debe ser nuestra actitud respecto a la creación:
custodiarla, porque si nosotros destruimos la creación, la creación nos
destruirá. No olvidéis esto.
Una vez estaba en el campo y escuché un dicho de una
persona sencilla, a la que le gustaban mucho las flores y las cuidaba. Me dijo:
«Debemos cuidar estas cosas hermosas que Dios nos ha dado; la creación es para
nosotros a fin de que la aprovechemos bien; no explotarla, sino custodiarla,
porque Dios perdona siempre, nosotros los hombres perdonamos algunas
veces, pero la creación no perdona nunca, y si tú no
la cuidas ella te destruirá».
Esto debe hacernos pensar y debe hacernos pedir al Espíritu
Santo el don de ciencia para comprender bien que la creación es el regalo más
hermoso de Dios. Él hizo muchas cosas buenas para la cosa mejor que es la
persona humana
Tomado y adaptado de : “Audiencia General, Papa Francisco, 21.mayo.2014
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