193.-...de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica... el don de fortaleza.
“En las
catequesis precedentes hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del
Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia y consejo.
Hoy pensemos
en lo que hace el Señor: Él viene siempre a sostenernos en nuestra debilidad y
esto lo hace con un don especial: el don de fortaleza.
Hay una parábola, relatada por Jesús, que nos
ayuda a captar la importancia de este don. Un sembrador salió a sembrar; sin
embargo, no toda la semilla que esparció dio fruto. Lo que cayó al borde del
camino
se lo
comieron los pájaros; lo que cayó en terreno pedregoso o entre abrojos brotó,
pero inmediatamente lo abrasó el sol o lo ahogaron las espinas. Sólo lo que cayó
en terreno bueno creció y dio fruto (cf.
Mc 4, 3-9;
Mt 13, 3-9; Lc 8, 4-8).
Como Jesús mismo explica a sus discípulos,
este sembrador representa al Padre,
que esparce
abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, se encuentra
a menudo con la aridez de nuestro corazón, e incluso cuando es acogida corre el
riesgo de permanecer estéril. Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu
Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las
incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la
Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. Es una gran
ayuda este don de fortaleza, nos da fuerza y nos
libera
también de muchos impedimentos.
Hay también
momentos difíciles y situaciones extremas en las que el don de fortaleza se
manifiesta de modo extraordinario, ejemplar. Es el caso de quienes deben afrontar
experiencias
particularmente duras y dolorosas, que revolucionan su vida y la de sus seres
queridos. La Iglesia resplandece por el testimonio de numerosos hermanos y
hermanas
que no
dudaron en entregar la propia vida, con tal de permanecer fieles al Señor y a
su Evangelio.
También hoy
no faltan cristianos que en muchas partes del mundo siguen celebrando y
testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten incluso
cuando saben que ello puede comportar un precio muy alto. También nosotros,
todos nosotros, conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, numerosos
dolores.
Pero, pensemos en esos hombres, en esas
mujeres que tienen una vida difícil, que luchan por sacar adelante la familia,
educar a los hijos: hacen todo esto
porque está el espíritu de
fortaleza que les ayuda.
Cuántos
hombres y mujeres —nosotros no conocemos sus nombres— que honran a nuestro
pueblo, honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes: fuertes al llevar
adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe. Estos hermanos y hermanas
nuestros son santos, santos en la cotidianidad, santos ocultos en medio de
nosotros: tienen el don de fortaleza para llevar adelante su deber de personas,
de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos.
¡Son muchos!
Demos gracias al Señor por estos cristianos que viven una santidad oculta: es
el Espíritu Santo que tienen dentro quien les conduce. Y nos hará bien pensar
en esta gente: si ellos hacen todo esto, si ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo
no? Y nos hará bien también pedir al Señor que nos dé el don de fortaleza.
No hay que
pensar que el don de fortaleza es necesario sólo en algunas ocasiones o
situaciones especiales. Este don debe constituir la nota de fondo
de nuestro
ser cristianos, en el ritmo ordinario de nuestra vida cotidiana. Como he dicho,
todos los días de la vida cotidiana debemos ser fuertes, necesitamos
esta
fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe. El
apóstol Pablo dijo una frase que nos hará bien escuchar: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13).
Cuando
afrontamos la vida ordinaria, cuando llegan las dificultades, recordemosesto:
«Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza». El Señor da la fuerza, siempre,
no permite que nos
falte. El
Señor no nos prueba más de lo que nosotros
podemos
tolerar. Él está siempre con nosotros. «Todo lo puedo en Aquel que me
conforta».
Queridos amigos, a veces podemos ser tentados de
dejarnos llevar por la pereza o, peor aún, por el desaliento, sobre todo ante
las fatigas y las pruebas de la vida. En estos casos, no nos desanimemos, invoquemos
al Espíritu Santo, para que con el don de fortaleza dirija nuestro corazón y
comunique nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y seguimiento de Jesùs
Tomado y adaptado de : “Audiencia General, Papa Francisco,
14.mayo.2014
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