192.-«Señor, ayúdame, aconséjame, ¿qué debo hacer ahora?», el don de consejo
“Hemos escuchado en la lectura del pasaje del libro de los Salmos que dice:
«El Señor me aconseja, hasta de noche me instruye internamente» (cf. Sal 16,
7).
Y este es otro don del Espíritu Santo: el don de consejo. Sabemos cuán
importante es, en los momentos más delicados, poder contar con las sugerencias
de personas sabias y que nos
quieren. Ahora, a través del don de consejo, es Dios mismo, con su
Espíritu, quien ilumina nuestro corazón, de tal forma que nos hace comprender
el modo justo de hablar y de comportarse; y el camino a seguir.
¿Pero cómo actúa este don en
nosotros?
En el momento en el que lo acogemos y lo albergamos en nuestro corazón, el
Espíritu Santo comienza inmediatamente a hacernos sensibles a su voz y a
orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones
según el corazón de Dios. Al mismo tiempo, nos conduce cada vez más a dirigir
nuestra mirada interior hacia Jesús, como modelo de nuestro modo de actuar y de
relacionarnos con Dios Padre y con los hermanos. El consejo, pues, es el don con el cual el Espíritu Santo capacita a
nuestra conciencia para hacer una opción concreta en comunión con Dios, según
la lógica de Jesús y de su Evangelio.
De este modo, el Espíritu nos hace
crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la
comunidad y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo y del propio modo de ver
las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad. La condición esencial para conservar
este don es la oración. Volvemos siempre al mismo tema: ¡la oración!
Es muy importante la oración.
Rezar con las oraciones que todos sabemos desde que éramos niños, pero
también rezar con nuestras palabras. Decir al Señor: «Señor, ayúdame,
aconséjame, ¿qué debo
hacer ahora?». Y con la oración hacemos espacio, a fin de que el Espíritu
venga y nos ayude en ese momento, nos aconseje sobre lo que todos debemos
hacer. ¡La oración!
Jamás olvidar la oración. ¡Jamás!
Nadie, nadie, se da cuenta cuando rezamos en el autobús, por la calle:
rezamos en silencio con el corazón. Aprovechamos esos momentos para rezar, orar
para que el Espíritu nos dé el
don de consejo.
En la intimidad con Dios y en la escucha de su Palabra, poco a poco,
dejamos a un lado nuestra lógica personal, impuesta la mayoría de las veces por
nuestras cerrazones, nuestros prejuicios y nuestras ambiciones, y aprendemos,
en cambio, a preguntar al Señor: ¿cuál es tu deseo?, ¿cuál es tu voluntad?,
¿qué te gusta a ti? De este modo madura en nosotros una sintonía profunda, casi
connatural en el Espíritu y se experimenta cuán verdaderas son las
palabras de Jesús que nos presenta el Evangelio de Mateo:
«No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo
diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no
seréis vosotros los que habléis, sino
que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros»
(Mt 10, 19-20).
Es el Espíritu quien nos aconseja,
pero nosotros debemos dejar espacio al Espíritu, para que nos pueda aconsejar.
Y dejar espacio es rezar, rezar para que
Él venga y nos ayude siempre.Como todos los demás dones del Espíritu,
también el
de consejo constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor
no nos habla sólo en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no sólo allí,
sino que nos habla también a través de la voz y el testimonio de los hermanos.
Es verdaderamente un don grande poder
encontrar hombres y mujeres de fe que, sobre todo en los momentos más
complicados e importantes de nuestra vida, nos ayudan a iluminar nuestro
corazón y a reconocer la voluntad del Señor.
Recuerdo una vez en el santuario de Luján, yo estaba en el confesonario,
delante del cual había una larga fila. Había también un muchacho todo moderno,
con los aretes, los tatuajes, todas estas cosas... Y vino para decirme lo que
le sucedía. Era un problema grande, difícil. Y me dijo: yo le he contado todo
esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a la Virgen y ella te dirá lo
que debes hacer. He aquí a una mujer que tenía el don
de consejo. No sabía cómo salir del problema del hijo, pero indicó el
camino justo: dirígete a la Virgen y ella te dirà.
Esto es el don de consejo. Esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el
consejo más verdadero. En efecto, este muchacho me dijo: he mirado a la Virgen
y he sentido que tengo que hacer esto, esto y esto... Yo no tuve que hablar, ya
lo habían dicho todo su mamá y el
muchacho mismo. Esto es el don de consejo. Vosotras, mamás, que tenéis este
don, pedidlo para vuestros hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de
Dios.
Queridos amigos, el Salmo 16, que hemos escuchado, nos invita a rezar con
estas palabras:
«Bendeciré
al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye
internamente. Tengo siempre presente al Señor, con
Él a mi derecha no vacilaré» (vv. 7-8).
Que el Espíritu infunda siempre en nuestro corazón esta certeza y nos colme
de su consolación y de su paz. Pedid siempre el don de consejo
Tomado y adaptado de : “Audiencia General, Papa Francisco,
7.mayo.2014
Comentarios
Publicar un comentario