185.-REFLEXIÒN: “Jesucristo es el único y verdadero sacerdote.”



Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.
Él no necesita ofrecer sacrificios cada dia –como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo–, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
En efecto, la ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre. Esto es lo principal de toda la exposición: Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también éste tenga algo que ofrecer.
 Ahora bien, si estuviera en la tierra, no sería siquiera sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la Ley. Estos sacerdotes están al servicio de un esbozo y sombra de las cosas celestes, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la tienda: «Mira –le dijo Dios–, te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña.» Mas ahora a él le ha correspondido un ministerio tanto más excelente, cuanto mejor es la alianza de la que es mediador, una alianza basada en promesas mejores.( Hebreos 7,25–8,6)

REFLEXION:

“ Se ofreció a sí mismo”

La carta a los Hebreos-en todo su contexto-nos ayuda a profundizar en el misterio de Cristo desde una clave fundamental que atraviesa todo el texto: Jesucristo es el único y verdadero sacerdote.
Pero ¿De qué sacerdocio se nos habla? ¿Qué tiene de peculiar este sacerdocio de Cristo?
No se nos habla, desde luego, del sacerdocio que se ejercía en el Antiguo Testamento y para que podamos tomar conciencia de la novedad que trae el sacerdocio de Cristo, el autor de la carta va introduciendo una serie de contraposiciones, recogiendo las distintas categorías propias del culto sacerdotal veterotestamentario y dotándolas de un nuevo significado:
Frente al culto sacerdotal imperfecto, basado en la ofrenda de holocaustos y sacrificios, a través de dones que no pueden salvar; ejercido diariamente por hombres pecadores, que tienen que ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados y después por los del pueblo, la carta nos muestra cuál es el culto perfecto: El de aquel que es santo, inocente, sin mancha; que no necesita ofrecer sacrificios cada día porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo y que por ello, nos ha acercado a Dios e, intercediendo para siempre por nosotros, nos ha abierto el camino de la salvación.
Esta es la “llave”, la puerta de acceso al “Santuario”, a la comunión con el Padre : no la realización de un rito, sino el acto de amor en obediencia del Hijo, tal como se expresa en el salmo 39:

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y en cambio me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo:”Aquí estoy.”

Como está escrito en mi libro:
“para hacer tu voluntad.”
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en mis entrañas.







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