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¿QUE ES LA ORACIÒN?--(4)



¿De quién aprendió Jesús a orar?

Conforme a su corazón de hombre, Jesús aprendió a orar de su madre y de la tradi­ción judía. Pero su oración brota de una fuente más secreta, puesto que es el Hijo de Dios que, en su humanidad santa, dirige a su Padre la oración filial perfecta.

¿Cuándo oraba Jesús?

El Evangelio muestra frecuentemente a Jesús en oración. Lo vemos retirarse en sole­dad, con preferencia durante la noche; ora antes de los momentos decisivos de su misión o de la misión de sus apóstoles. De hecho toda la vida de Jesús es oración, pues está en constante comunión de amor con el Padre.

¿Cómo oró Jesús en su pasión?

La oración de Jesús durante su agonía en el huerto de Getsemaní y sus últimas pala­bras en la Cruz revelan la profundidad de su oración filial: Jesús lleva a cumplimien­to el designio amoroso del Padre, y toma sobre sí todas las angustias de la humani­dad, todas las súplicas e intercesiones de la historia de la salvación; las presenta al Padre, quien las acoge y escucha, más allá de toda esperanza, resucitándolo de entre los muertos.

¿Cómo nos enseña Jesús á orar?

Jesús nos enseña a orar no sólo con la oración del Padre nuestro, sino también cuan­do El mismo ora. Así, además del contenido, nos enseña las disposiciones requeridas por una verdadera oración: la pureza del corazón, que busca el Reino y perdona a los enemigos; la confianza audaz y filial, que va más allá de lo que sentimos y compren­demos; la vigilancia, que protege al discípulo de la tentación.

¿Por qué es eficaz nuestra oración?

Nuestra oración es eficaz porque está unida mediante la fe a la oración de Jesús. En El la oración cristiana se convierte en comunión de amor con el Padre; podemos pre­sentar nuestras peticiones a Dios y ser escuchados, pidamos y recibiremos, para que nuestro  gozo sea cumplido.

“Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.” (Jn16,24).

Quien ore, ha de estar abierto a la Palabra de Dios y ha de convertirse o arrepentirse, dejar los caminos errados del pecado y guardar los mandamientos del Señor. “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos”, repetirá Jesús (Mt 4,17). Convertirse es hacerse como niño (Mt 18,3). La conversión es necesaria para entrar en el Reino e implicará cambio de vida: dar frutos. Y cuando acontece la conversión, ésta conlleva un gozo increíble . “Os digo que, de igual modo, habrá más gozo en el cielo por un solo pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de arrepentimiento”( Lc 15,7).

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n. de r.  Tema desarrollado ampliamente en nuestro blog 



: entrada de fecha  16.mayo.2011, El Poder de la Oraciòn



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