LAS SIETE ULTIMAS PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ





Por Monseñor Fulton J. Sheen
  (TEMA INVITADO)



PRIMERA PALABRA

Padre, Perdónalos porque no saben lo que hacen

¿Y todavía osas vivir en pecado y crucificar de nuevo a tu Dios moribundo?
¿No bastaron sus tormentos? ¿Aún debe desangrarse más? ¡O bien nuestros placeres impíos deben alimentarse con sus sufrimientos y abultar la historia de la triste Pasión del Señor de los Cielos!
¿No existe la piedad? ¿No hay remordimiento en los pechos humanos? ¿Hay un total divorcio entre toda clemencia y los corazones de los hombres? ¿Ha huido para siempre, para no regresar jamás? La piedad no está entre nosotros: Tú solo la tienes, dulcísimo Jesús, para  nosotros que ninguna tenemos para Ti; Tú has acaparado nuestro mercado y toda está arriba y ninguna tenemos nosotros aquí abajo: No, Dios de Bondad, ni tan sólo tenemos los recursos para servir a nuestro desamparo; sólo podemos clamar a Ti, que eres nuestro Salvador, y tienes el poder de dar, Tú a quien sacrificamos a cada momento: somos crueles. Señor, para Ti, y también para nosotros: Perdónanos, Jesús, por que no sabemos lo que hacemos.

SEGUNDA PALABRA

Hoy estarás conmigo en el Paraíso

¡Querido Jesús! Tu bondad hacia el ladrón arrepentido recuerda las proféticas palabras del Antiguo Testamento: “Si tus pecados son escarlata, se harán tan blancos como la nieve; si son rojos como el carmesí, serán blancos como la lana”. En tus palabras de perdón al ladrón arrepentido, comprendo ahora el sentido de Tus palabras: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores…No son los sanos los que necesitan a un médico, sino los enfermos”.  “Habrá más alegría en el cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”.  Ahora comprendo por qué Pedro no fue nombrado Tu vicario en la tierra hasta que hubo caído tres veces, para que la Iglesia de la cual era cabeza pudiera, para siempre, comprender la misericordia y el perdón. Jesús, empiezo a comprender que si nunca hubiera pecado, nunca podría llamarte “Salvador”. El ladrón no es el único pecador. ¡Aquí estoy yo! Pero Tú eres el único Salvador.

TERCERA PALABRA

Mujer, he ahí a tu hijo

¡Oh María! Así como Jesús nació de ti en tu primera Natividad de la carne, así nosotros hemos nacido de ti en tu segunda Natividad del espíritu. ¡Así tú nos pusiste en un nuevo mundo de relación espiritual con Dios como nuestro Padre, Jesús como nuestro Hermano y tú como nuestra Madre! Si una madre no puede nunca olvidar a los hijos de sus entrañas, tú María, no nos olvidarás nunca. Así como fuiste Co-Redentora en la adquisición de las gracias de la vida eterna, sé también nuestra Co-Mediadora en su dispensación. Nada es imposible para ti, porque tú eres la Madre de Aquel que puede hacer todas las cosas. Si tu Hijo no te negó lo que le pediste en el banquete de Canaa, no te negará lo que le pidas en el banquete celestial en que eres coronada Reina de los Ángeles y de los Santos. Intercede, pues, ante tu Divino Hijo para que El cambie las aguas de mi debilidad por los vinos en tu fuerza. ¡María, tú eres el Refugio de los pecadores! Ruega por nosotros, ahora postrada al pie de la Cruz. Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

CUARTA PALABRA

¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?

¡Jesús! Tú estás ahora expiando por todos aquellos momentos en que no estamos ni fríos ni calientes, en que no somos miembros ni del cielo ni de la tierra, porque ahora Tú estás sufriendo entre los dos; rechazando por uno y abandonado por la otra. Porque Tú no abandonaste a Tu Padre Celestial, la humanidad pecadora te volvió la espalda y así en santa compañía Tú nos uniste a ambos. Ya los hombres no pueden decir que Dios no sabe lo que sufrimos en el abandono, porque ahora Tú estás abandonado. Ya los hombres no pueden quejarse de que Dios no sabe el dolor de un corazón inquieto que no siente la Presencia Divina, por que ahora la Presencia Divina parece esconderse de Ti. Jesús, ahora comprendo la pena, el abandono y el sufrimiento, porque veo que aún el sol tiene su eclipse. Pero, Jesús, ¿por qué no aprendo? Enséñame que así como Tú no hiciste Tu propia Cruz, yo no haré la mía, pero acepta la que Tú hiciste para mí. Enséñame que todo en el mundo es Tuyo, excepto una cosa, y ésta es mi propia voluntad; y puesto que es mía, es el único regalo que verdaderamente puedo hacerte. Enséñame a decir “Hágase no mi voluntad sino la Tuya, Oh Señor”.  Aunque no te vea, concédeme la gracia de creer y, “aunque me mates, de confiar en Ti”. ¿Dime cuánto tiempo, cuánto, Oh Señor, Te tendré sufriendo en la Cruz?






QUINTA PALABRA

Tengo Sed

¡Querido Jesús! Tú lo has dado todo por mí y yo no te he dado nada a cambio. ¡Cuántas veces Tú has venido a vendimiar en la viña de mi alma y no has encontrado más que unos pocos racimos! ¡Cuántas veces has buscado y no has encontrado nada! ¡Cuántas veces has llamado y has encontrado cerrada la puerta de mi alma! ¡Cuántas veces has pedido algo para beber y te he dado sólo vinagre y hiel!
¡Cuántas veces, querido Jesús, teniéndote a ti he temido no tener nada! He olvidado que si tenía la llama olvidaría la chispa; que si tenía el sol de Tu amor, podía olvidar la vela del corazón humano; que si tenía el perfecto círculo de Tu felicidad, podía olvidar el arco quebrado de la tierra. ¡Oh, Jesús! Mi historia es la historia triste de una negativa a devolver corazón por corazón, amor por amor. Dame, por encima de todas las dádivas humanas, la dulce dádiva de la simpatía hacia Ti.
¿Soy una piedra y no una oveja que puede estar, Oh Cristo, al pie de Tu Cruz para contar gota a gota la lenta pérdida de Tu Sangre y no llorar? No amaban así aquellas mujeres que con gran pena te lloraban; No era así el caído Pedro que lloraba amargamente; no era así el ladrón conmovido; no eran así el sol y la luna que ocultaron sus caras en un cielo sin estrellas. Un horror de gran oscuridad al mediodía. Yo, sólo yo. No abandonaste sino que buscaste a tus ovejas, buen Pastor, del rebaño, más grande que Moisés, vuélvete y mira una vez más y conmueve a una roca.

SEXTA PALABRA

Todo está consumado

¡Querido Jesús! La Redención es Tu obra; la expiación es la mía, porque expiación es vivir en Tu vida, en Tu verdad y en Tu amor. Tu obra en la Cruz terminó, pero mi obra es bajarte porque…Cuando hay silencio a mi alrededor en el día o en la noche…Me sobresalta un grito. Bajó de la Cruz…La primera vez que lo oí, salí y busqué… Y encontré a un Hombre en la agonía de la crucifixión, y le dije: “Te bajaré”.
Y traté de arrancar los clavos de sus pies. Pero me dijo: “Déjalos porque no puedo ser bajado hasta que todos los hombres y todas las mujeres y todos los niños vengan juntos a bajarme”. Y yo dije: “Pero no puedo soportar tus lamentos. ¿Qué puedo hacer? Y El me dijo: “Vete por el mundo…y di a cuantos encuentres que hay un hombre en la Cruz”.
Tú estás en la Cruz, pero hemos de bajarte. Ya has estado ahí bastante tiempo. A través de tu apóstol Pablo nos has dicho que aquellos que son tuyos crucifican su carne y sus concupiscencias. Mi trabajo, pues, no acabará hasta que me ponga en tu lugar en la Cruz, porque a menos que haya un Viernes Santo en mi vida, nunca habrá un Domingo de Resurrección; a menos que haya las ropas de un bufón, nunca habrá el ropaje de la sabiduría; a menos que haya una corona de espinas, nunca habrá un cuerpo glorificado; a menos que haya una batalla, nunca habrá la victoria; a menos que haya sed, nunca habrá el Refresco Celestial; a menos que haya la Cruz, nunca habrá la tumba vacía. Enséñame, Jesús, como he de completar este trabajo, porque es conveniente que los hijos de los hombres sufran y entren en la gloria.

SEPTIMA PALABRA 
Padre, en tus
manos encomiendo mí espíritu

¡No, María! Belén no vuelve. Esto no es la cuna sino la Cruz; no el nacimiento, sino la muerte; no es el día de compañía con los pastores y los reyes, sino la hora de una muerte común con ladrones; no es Belén, sino el Calvario.
Belén es Jesús como tú, su madre inmaculada, lo diste al hombre; Calvario es Jesús como el hombre pecador te lo devolvió. Algo pasó entre darlo en el pesebre y tu recibirlo en la Cruz, y lo que pasó fueron mis pecados. María, ésta no es tu hora; es mi hora…Mi hora de maldad y de pecado. Si yo no hubiera pecado, la muerte no estaría ahora revoloteando con sus negras alas sobre su cuerpo ensangrentado; si yo no hubiera sido orgulloso, nunca se hubiera tejido la expiadota corona de espinas; si yo hubiera sido menos rebelde al marchar por el ancho camino que conduce a la destrucción, nunca unos clavos habrían atravesado sus pies y si yo hubiera sido más obediente a sus llamada de pastor, desde los abrojos, sus labios no estarían ahora resecos ardientes; si yo hubiera sido más fiel, sus mejillas no habrían sido nunca ampolladas por el beso de Judas.
María, soy yo quien está entre su nacimiento y su próxima muerte redentora. Te digo, María, que cuando lo tomes entre tus brazos no pienses que es blanco como cuando vino de su Padre; ahora está rojo, ensangrentado, porque viene de mí. En unos pocos segundos tu Hijo habrá entregado su alma a su Padre Celestial y su cuerpo a tus manos acariciadoras. Las últimas gotas de sangre caen del gran cáliz de la Redención manchando la madera de la Cruz y enrojeciendo las rocas que pronto serán cuarteadas por el horror; y una sola gota de esa sangre bastaría para redimir diez mil mundos. María, Madre mía, intercede ante tu Divino Hijo para que perdone el pecado de cambiar tu Belén en un Calvario. Pídele, María, en estos últimos segundos que quedan, que nos conceda la gracia de no volver a crucificarlo ni de atravesar tu corazón con siete espadas. María, pide a tu Hijo moribundo que mientras yo viva…¡María! Jesús ha muerto…¡María!

Fulton J. Sheen

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