229. “Señor, yo creo, pero aumenta mi fé.”
“Hermanos:
La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se
espera, y de conocer las realidades que no se ven.
Por ella, fueron alabados nuestros mayores. Por su fe,
Abraham, obediente al llamado de Dios, y sin saber a dónde iba, partió hacia la
tierra que habría de recibir como herencia.
Por la fe, vivió como extranjero en la tierra prometida en
tiendas de campaña, como Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa,
después de él. Porque ellos esperaban la ciudad de sólidos cimientos, cuyo
arquitecto y constructor es Dios.
Por su fe, Sara, aun siendo estéril y a pesar de su avanzada
edad, pudo concebir un hijo, porque creyó que Dios habría de ser fiel a la
promesa; y así, de un solo hombre, ya anciano, nació una descendencia numerosa
como las estrellas del cielo e incontable como las arenas del mar.
Todos ellos murieron
firmes en la fe.
No alcanzaron los bienes prometidos, pero los vieron y los
saludaron con gozo desde lejos. Ellos reconocieron que eran extraños y
peregrinos en la tierra.
Quienes hablan así, dan a entender claramente que van en
busca de una patria; pues si hubieran añorado la patria de donde habían salido,
habrían estado a tiempo de volver a ella todavía.
Pero ellos ansiaban una patria mejor: la del cielo.
Por eso Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios, pues
les tenía preparada una ciudad.
Por su fe, Abraham,
cuando Dios le puso una prueba, se dispuso a sacrificar a Isaac, su hijo único,
garantía de la promesa, porque Dios le había dicho: De Isaac nacerá la
descendencia que ha de llevar tu nombre. Abraham pensaba, en efecto, que Dios
tiene poder hasta para resucitar a los muertos; por eso le fue devuelto Isaac,
que se convirtió así en un símbolo profético.”
(Hebreos 11, 1-2. 8-19)
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