Cuando le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más importante, Él respondió: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas … y ama a tu prójimo como a ti mismo.”
El Señor resumió el espíritu de los Diez Mandamientos en solo dos. De esta forma, enseñaba que el amor es el alma de la vida espiritual, que no se puede llevar una vida recta y una convivencia pacífica entre las personas, si cada uno no se preocupa de mantener una relación de amor con su Creador y con su prójimo. Esto es lo esencial.
Los judíos, especialmente los fariseos, habían hecho del cumplimiento de la Ley la meta de la religión judía, pero no entraban en el ámbito interior de la conciencia, porque es mucho más difícil reconocer las faltas propias y tratar de cambiar de actitudes que cumplir las leyes rituales y ofrecer sacrificios.
Con su explicación, Jesús estaba interpretando correctamente la Ley de Dios, y el escriba maravillado así lo reconoció, lo que le mereció la felicitación del Señor: “No estás lejos del Reino de Dios.”
El mensaje es claro: ¡El Reino de Dios es accesible para todos! Si queremos asegurar nuestra entrada, debemos hacer del amor a Dios y al prójimo la norma de nuestra vida. Pero este amor no es solo el sentimiento de cariño que podemos sentir o no sentir, sino el reconocimiento, por fe, de que Dios nos ama y que solo por la gracia divina podemos amarnos los unos a otros. El amor humano es incapaz de perdonar constantemente las ofensas y sacrificarse por el necesitado; solo el amor de Dios nos capacita para ello.
El Señor quiere purificarnos y librarnos de todo lo que nos impide amar, especialmente el egoísmo arraigado, que nos lleva a creernos justos y guardar resentimientos. Pero si nos entregamos en manos del Espíritu Santo, Él nos puede revelar interiormente el amor de Dios y capacitarnos para amar, incluso a los enemigos, es decir, no desearles mal ni buscar venganza, y ayudarles en el momento de necesidad. Esto no lo podemos hacer, si no es por la gracia que Dios deposita en el corazón de quienes le son fieles.
ORACIÒN:
“Padre eterno, concédenos tu luz para conocer nuestras propias virtudes y defectos y arrepentirnos de corazón; así estaremos mejor dispuestos para recibir tu amor y tu gracia y seguir tus pasos por el camino del amor.”
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